Bloque Migrante

BTM - circulo

Espacio de Salud Mental Migrante

ENUNCIARNOS MIGRANTES ES UNA EXPERIENCIA DE SALUD MENTAL:
SOBRE NUESTRA CONSTRUCCIÓN EN EL ESPACIO DE SALUD MENTAL MIGRANTE DEL BLOQUE DE TRABAJADORXS MIGRANTES

Espacio de Salud Mental Migrante – Bloque de Trabajadorxs Migrantes

 

El Espacio de Salud Mental Migrante, surge como una iniciativa de quienes coordinan los encuentros, Valentina Rivera y Sebastián Soto-Lafoy, pero, como este texto, ha sido construido en colectivo y enunciado en plural lo cual ha implicado, para empezar, comprender que nuestra experiencia migrante, aún con sus particularidades, es nuestra, compartida, colectiva y, por ello, politizable.

De alguna forma, este ha sido un experimento autogestivo, no sólo porque no cuenta con apoyos económicos sino, sobre todo, porque no tiene un texto guía, un manual o una bajada de línea de cómo hacerse. Hemos descubierto que no hay una experiencia previa en Buenos Aires que podamos tomar como ejemplo, por eso la espontaneidad de quienes participamos y nuestra iniciativa de crear propuestas que impulsen la reflexión ha sido muy Importante.

En primera instancia, nuestro espacio implica atrevernos a hablar y crear categorías propias que habiliten el modo en que nombramos nuestra experiencia y elaboramos nuestras reflexiones. Categorías enunciadas desde la experiencia común de la migración y la problematización de situaciones que hemos naturalizado o subestimado para desmarcarnos de un lugar victimista. Citamos acá a Lélia Gonzáles quien en Racismo e sexismo na cultura brasileira, da puntadas sobre la importancia de esta acción:

Y el riesgo que asumimos aquí es el del acto de hablar con todas sus implicaciones. Exactamente porque han hablado por nosotros, nos han infantilizado -infans es aquel que no tiene habla propia, es el niño en tercera persona, porque es hablado a través de los adultos-, y en este trabajo asumimos nuestra propia habla. Es decir, la basura va a hablar, y tranquilamente.

 En este hablar hemos descubierto que nuestra integración no es real o profunda sino que, muchas veces, es un simulacro lleno de máscaras metafóricas o micro xenofobias que atraviesan cómo usamos el lenguaje, cómo hacemos las cosas, qué gestos usamos, etc. Estamos sometidos a regímenes de autorización discursiva demarcados por un eurocentrismo sobre el cual se ha construido la sociedad argentina y desarticula la forma en que comprendemos, nombramos y hacemos el mundo. Esto ha sido muy politizante en la medida que vamos desvelando el modo en que se espera de nosotras, nosotres y nosotros, un borramiento de nuestros rasgos culturales en aras de aceptarnos. Este hablar que arranca la vela de la supuesta integración es politizante, además, porque al nombrar nuestras experiencias comunes asistimos al despliegue de los privilegios sociales de los que se nos ha excluido y, de esta forma, tomamos conciencia de que, en palabras de la afrofeminista Grada Kilomba (2016):

Desde que comenzamos a hablar y a proferir conocimiento nuestras voces son silenciadas por tales comentarios que, en verdad, funcionan como máscaras metafóricas.
Semejantes observaciones posicionan nuestros discursos de vuelta en los márgenes como conocimiento “desviado” y desviante, mientras los discursos blancos permanecen en el centro, como norma. Cuando ellos hablan, es científico; cuando hablamos nosotros, no es científico. Universal/Específico; Objetivo/Subjetivo; Neutral/Personal; Racional/Emocional; Imparcial/Parcial; Ellos tienen hechos; nosotros tenemos opiniones. Ellos tienen conocimientos; nosotros tenemos experiencias.

No estamos lidiando aquí con una <<coexistencia pacífica de palabras>>, sino con una jerarquía violenta que determina quién puede hablar”

 Hablando y detectando los núcleos de nuestra experiencia común, entonces, restituimos la importancia de nombrarnos migrantes y reconocer nuestros matices; enunciamos nuestro mundo híbrido con epistemologías que rompen con la dominante y sus violencias; articulamos nuestras identidades no para que se nos clasifique, ordene, rectifique y normalice, sino, sobre todo, para que se reconozca el legado plurinacional de la migrantada que ha construido la Argentina y que reclama porque se supere el eurocentrismo que señala y elimina la otredad.

Hablando y problematizando nuestra experiencia común, nos vamos dotando de herramientas que nos permiten reclamar nuestros derechos y pararnos de otra forma en el mundo que habitamos: enunciarnos migrantes empodera y nos ha habilitado para encarar las dificultades que generan malestar psíquico y afectivo. Aparece acá, entonces, el lugar de partida y llegada en la construcción de nuestro espacio: los afectos.

Por fuera de las condiciones materiales y objetivas que son propias de la sociedad que nos aloja y externas a nosotras, nosotres y nosotros, se presentan conflictos en quienes hemos migrado y el Espacio de Salud Mental Migrante nos abre la posibilidad de encontrar una profunda contención desde la empatía radical que sólo es posible entre migrantes. Es una constante la sensación de haber perdido la brújula, el norte, el no saber si somos de acá, de nuestros países de origen o de ninguna de las dos partes. Habitamos un abismo en el que lo único permanente es la mutación. En palabras de nuestra compañera D:

Migrar te hace perder la confianza porque mientras reconoces todo aquello desconocido descubres que nada de lo que te constituye es absoluto, hay muchas posibilidades y éstas están sujetas a espacios, tiempos, creencias. Las fisuras en el pensamiento se hacen infinitas, las visiones se multiplican, los deberes, los saberes, todas las fórmulas y certezas que aplicabas en tu vida se desvanecen. Todo aquello que ejecutabas diariamente se diluye, ahora solo se hace recuerdo.

(…)

Lloré mucho en el avión, una se va y no vuelve, habita una geografía distinta, quien se va aunque regrese. Extraño con cada aliento que creo que tengo a mi gata, trece años de su compañía nunca se olvidan.

Contenemos también nuestra vitalidad, la sensación de absoluta soledad, el duelo interminable, los recuerdos que alojamos con felicidad, nostalgia, rabia o dolor. Nuestra experiencia de politización de la migración está atravesada por la validación de nuestros afectos con cada uno de sus colores, acompañar nuestras vulnerabilidades libres de juicios y señalamientos. Volvemos nuevamente a la voz de nuestra compañera D, que ilustra perfectamente las angustias del destierro pero también los aprendizajes y añoranzas:

 

Todavía me acuerdo de mis papás y de mis hermanos, de mis amigas. Puedo decir que aún leo sus mensajes con su voz, pero sé que un día será difícil y luego se olvidarán despacio en mi cabeza. De todos ellos sé que he podido desprenderme de sus angustias, así puedo asumir las mías. No es egoísta no, es el curso de la vida.

Anoche soñé con mi abuela, supongo que me cuida. Y si no, pues creo que he aprendido a cuidarme en estos meses. He tomado decisiones  sola. Creo que ya soy adulta. Ha sido doloroso, vivir lo es, pero también es hermoso sentir el sol en mi cara, sentir que me ilumina y que me hace sonreír… y ahí, frente a él, mis ojos se cierran y entonces recuerdo todo lo que amo, todos los espacios que amo y que veo en la memoria, y a las personas que he amado incansablemente y todas aquellas cosas y objetos que me definían pero que ahora soy obligadamente a ser sin ellos.

Extraño mi cama y mi almohada, extraño mi bici rosada y extraño el olor de mi casa, la comida que hacía mi familia. Añoro todo eso cuanto amé, pero amo también esta mujer que me he obligado a ser.

Finalmente, queremos señalar que como migrantada no somos homogéneas, homogénes y homogéneos. Hemos descubierto nuestra heterogeneidad en términos de raza, clase y género y que existen privilegios que ostentamos con relación a otras, otres y otros migrantes. Así nuestra empatía se ha profundizado en el reconocimiento de esa otredad con quien la identificación es parcial. En la gran masa de nuestra experiencia común, se han ido mostrando las texturas y sutilezas que hacen que, en palabras de nuestra compañera V:

Cada migración es única, no podemos decir que compartamos los mismos malestares, hay varios tópicos. Me he dado cuenta de cierto privilegio. Al poder escuchar relatos de otras personas he podido expandir la mirada y poner en perspectiva cuestiones.

En suma, este hermoso espacio, que aún está en construcción, ha abonado a nuestra salud mental en la medida que hemos pasado de lo particular a lo colectivo; de la individualidad, a la comunidad; de lo oculto, al eje de enunciación; de lo fragmentado, vulnerable y susceptible de ser borrado, a lo político y empoderante.